jueves, 21 de abril de 2011

¿Es posible que la cristiandad aún, dos milenios después, siga hablando de las obras, y no de Él?


En los días que vivimos del presente siglo XXI, donde la sociedad eclipsa, como sinuoso velo, a la potencia que había dominado su antecesor siglo XX, la ciencia, y más precisamente en esta luna de pascua judía, en la que celebramos, o más correctamente, recordamos, pues aquí hay poco que celebrar, salvo que nos consideremos unos dementes, la pasión y muerte de Jesús. Y digo bien, pasión y muerte. Pues el misterio de la resurrección no es celebrado, más bien obviado por la sociedad. Es el último día de la fiesta, el día de asueto previo a la vuelta del trabajo y de su rutina.
Mas, en este abrupto tiempo del XXI, en el que vivimos hoy, quisiera solapar un ideal, como siempre, bajo el prisma que la lógica antepone.  Y éste no es otro que "tras la muerte de un hombre, de un ser, cada año no se conmemora su día funesto con el recuerdo de su padecimiento, ni de su muerte. Si no más bien, con el recuerdo de cómo vivió".
Muchos que convivieron con Él, no le llamaron "Hijo de Dios", ni "El Cristo". Comúnmente era más conocido por los sobrenombres de "Maestro", o "Hijo del Padre", que en arameo es más que sonora su palabra, para los oídos de nuestros recuerdos. "Bar- Abbas", Barrabas. Hijo del Padre.
Aprobechando que este soporte es un blog, por lo que me permite la visión personal de todo escrito, y no la lejanía terciaria que exige otros soportes, hoy en la conmemoración del padecimiento y crucifixión del "Maestro del hombre", pues su Palabra es toda una enseñanza para el modo de vida. Algo muy necesario en los tiempos de sociedad que hoy transcurren. Debo de realizar este análisis sobre la pasión y crucifixión de Jesús. Pues nuestra fecha, no se halla para advertir, regodearnos, ni bucear en las formas de padecimiento que sufrió durante dos largos días. Ni tampoco para saborear el insalobre sabor de la soledad mortuoria, que su familia padeció en los tres días de sepultura. Ni tampoco para preparar una fiesta de bienvenida, en el día de su resurrección, pues nunca Él volvió a los suyos.
Más bien, para reconocer su vida, recordar la esencia de sus días, que fue su enseñanza, y para mi modo de ver, la esencia de su enseñanza. La necesidad de nacer tres veces, como a Nicodemo le instó, momentos antes de la última cena.
Pienso que fue esta enseñanza, la esencia de toda su maestría. Las fases de toda vida. El nacimiento de la carne, del agua y finalmente del aire. ¿Familia, sociedad y trabajo, y Amor?. Y en este orden, no en otro. Ya que la exigencia de la sociedad y del trabajo, luchada tras el amor, quiebra a éste. Mas no así al contrario. Hay que abandonar el mundo con el amor, no con la pesada piedra, como un Atlas, de la sociedad y del trabajo. Hay que morir de amor, no de esclavitud.
Con todo esto, invito al lector, de forma humilde, o sea, con mesura, no con humillación de humilitis, raíz del verbo latino humildad, a reflexionar sobre los días presentes, ahora que nos hallamos en fecha adecuada para tal acto, en la fecha que otorga el descanso en silencio. En la observancia de uno mismo.

              Pd.: "Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Pero si las hago, aunque a
              mí no me creáis, creed a las obras; para que conozcáis y creáis que el Padre está
              en mí, y yo en el Padre".

No hay comentarios:

Publicar un comentario