domingo, 25 de diciembre de 2011

¿DE DÓNDE COÑO VENIMOS?





El presente agobia al hombre actual, lo encarcela en la prisión de una existencia que le domina, y desea salir de él, através de imaginar un nuevo mañana. Este sentimiento trágico domina todos los actos de la vida humana, desde el primer instante de nacimiento, hasta el día de su muerte.
Nacemos para crecer, crecemos para psicológicamente parecernos a nuestros mayores, surgiendo el anhelo de alcanzar la edad adulta en la niñez, nos educamos para ser adultos, estudiamos para alcanzar un trabajo, trabajamos para alcanzar un mejor sueldo o mejora de posición, y esto lo hacemos para mejorar la posición económica y social de nuestra familia, tanto paterna como matrimonial o presente, dirigimos nuestros últimos esfuerzos laborales para una mejor pensión y así, obtener una mejor vejez, y cuando a ella llegamos, la dirigimos hacia un mejor futuro para nuestra tercera generación, a la vez de preocuparnos por nuestros hijos, en su tiempo presente, tal vez como recuerdo del los ya lejanos ayeres, ahora valorados y añorados.
Tal escalera de mañanas impredecibles, domina la vida de cualquier hombre.
Los neuro científicos confirman un dato revelador. Nuestro cerebro está prediseñado para advertir el mañana, para pensar hacia el futuro, no hacia el pasado o presente.
¿Tal vez habría que reeducar nuestra propia evolución natural neuronal, para advertir de mejor manera nuestro “eterno” y constante presente, obviando algo nuestro ilusorio e inalcanzable, por tanto, inexistente mañana.?
Pero también es verdad, que si esto realizáramos, perderíamos el espíritu central, a través del cuál el hombre a alcanzado un porvenir más notorio que el obtenido en épocas anteriores. El desarrollo.
Solo hace falta echar un vistazo a los modos de vidas prehistóricos, medievales o incluso del siglo pasado, del XX, para advertir nuestra mejora en la vida cotidiana. Nuestro desarrollo. Al respecto hay un dato esclarecedor. La edad media en la que el hombre fallece. Ésta se halló en tiempos pasados en cuarenta años, hoy está casi en los noventa, y pronto nos acercaremos al siglo de vida, una marca que en épocas ancestrales, como la egipcia o babilónica, sería tomada como una característica divina, de la anhelada vida eterna de los dioses o elegidos. También llamados héroes.
Aunque nuestro modo de vida subsista a partir de tomar las esencias de nuestro presente como alimento, para escupirlas en un lejano e inalcanzable mañana; aunque nuestro presente se queme en los deseos de un futuro idealizado, que cuando se alcanza se vuelve a quemar, en pos a un nuevo futuro aún más lejano; y que este comportamiento está creado por la fisionomía natural y evolutiva de nuestro cerebro, osea, aunque no seamos tan culpables de este derroche de presentes, en pos a unos futuros idealizados, hay un hecho incuestionable:
“Nuestro presente es producto futurible e idealizado de nuestros pasados”. Es el reducto de muchos deseos y esfuerzos presentes, de un tiempo muy muy pasado. Por lo que, de igual forma, nuestro comportamiento sistemático nos hace evocar un futuro idealizado e inalcanzable, también este mismo hecho, de nuestros antepasados nos otorga el estiercol que sustenta nuestra única base real, nuestro presente.
Por lo que advertir la realidad del presente de nuestro pasado, puede hacernos ver cuáles fueron los deseos y aptitudes que nuestros ancestros tuvieron, para realizar los hechos a través de los cuáles, nuestro presente se nos presenta en forma de leña, para la nueva pira de nuestros deseos futuros.
Un ejemplo claro es que nuestras leyes actuales, proceden del derecho romano. O sea, sin la existencia del imperio romano, iniciado por Julio César, y éste fue iniciado por la idea de quemar su presente, para un futuro evocador de lujo, heroísmo y grandeza, donde él deseaba equipararse a Alejandro Magno, el macedonio, y éste quemó su vida, deseando equipararse a los héroes legendarios, como Aquiles, y éste quemó también su vida, para equipararse a los dioses que conquista la gloria y la memoria imperedecera, sin esta escaleras de incendiarios del presente, y evocadores y soñadores de futuros, no tendríamos nuestras leyes. No digo que no tuviéramos leyes, si no que simplemente serían otras. Tal vez la aún no olvidada, ley del talión, surgida en Persia.
    Pues repito, nuestro código legal es aún en esencia, el romano.

Descartes nos indujo una visión nueva de la existencia del presente que nos rodea, al diferenciar el mundo físico, constatado a través de la razón, del mundo etérico o espiritual, visionado sólo por la fe y el deseo. Conformándose así una conceptualización nueva, el comprendimiento de lo llamado Real, con lo perteneciente a la ilusión mera, de una mente que al no alcanzar la razón, está imbuida por una niñez eterna de ilusiones irreales.
Pero vemos aquí, que lo llamado real, la materia que sustenta y domina nuestro presente, lo que sería llamado por Ortega y Gaset, nuestra circunstancia o realidad, es un producto de lejanos y pasados ideales etéricos. O sea, la materia, la realidad, la razón, surge de la fe, de lo ilusorio, de la niñez. Y hacia ésta, la materia vuelve a dirigirse camino a su incendiario mañana.
Si esta visión de la vida humana no tiene errores, o sea, si aceptamos esta visión de la realidad que domina al ser humano, en su colectivo, estamos advirtiendo un hecho no antes aceptado por el hombre actual. Aunque sí por el ancestral. La existencia eterna del hombre, o sea, su constante que perdura tanto en su pasado más lejano, como en su futuro más evocador y milenario, es el mundo etérico de las ideas y del mañana. Su sueño, recordándonos esto las palabras del poeta, “la vida es sueño”, siendo lo llamado real, la razón y la materia física existente, lo único que no es real y constante, nuestro fugaz presente, pues toda materia existente, es la conformación de la realidad que encarcela al hombre en su presente. Pero que es una materialización de ideas pasadas, y estas circunstancias reales que dominan el presente del hombre, de inmediato, son quemadas y sacrificadas para la consecución, para la cosecha de un mañana que no conoceremos, pues cuando se alcanza lo volvemos a quemar, para otro más lejano. Y el hombre soñador, solo dejará sin quemar su mañana materializado tras su muerte.
Su memoria.
Otro ejemplo, de esta compleja idea, de realidad y fugaces deseos futuros, es el presente sistema urbanístico de nuestras ciudades. Se ha de saber, que nuestras calles, nuestras casas, están diseñadas a través de un plano, en el que se conforma un orden idealizado. Este orden idealizado, que se materializa en el plano urbanístico de nuestro barrio o ciudad o pueblo. No pertenece a una mejora presente de la realidad presente. Que sería lo deseado por el sistema cartesiano de Descartes. Si no que por el contrario, pertenece a un ideal tan lejano, como la propia civilización humana.
A la cultura Sumeria del tercer milenio antes de nuestra era.
Sí, fue en Sumer, donde se construyó una población con calles, las cuáles todas ellas coincidían en un solo punto central, donde se hallaba el templo del dios protector del poblado o ciudad. Pero este sistema, tampoco era presente para ellos, para los sumerios. Era una realidad de las ilusiones de un aún más lejano pasado. Un pasado que nos llega a nuestros oídos através del filósofo griego Platón. La llamada Atlántida, donde fue edificada en forma tri-circular, donde el templo y el palacio de la reina madre, y del dios Poseidón, se hallaba en el centro de toda la urbe. Y en la zona más elevada.
Pero nuevamente, este hecho tampoco es una realidad presente, de una mejora de nuestro presente. También obedece de una idealización futura. El cielo se rige en forma circular, por la noche, donde las estrellas a lo largo de la noche, y de todo el año, se mueven en rededor de un centro, marcado por la llamada Estrella polar. Antes situada en la constelación del Dragón, y después en una de las estrellas de su vecina constelación, la osa mayor.
Y este hecho procede de la idea existencial, mística, religiosa, o sea, etérica, ausente de razón, de una ley mística, en la que marca un canon. Lo de arriba, lo perteneciente al cielo, es también abajo.
Y es esto lo que ahora vemos en la existencia humana. Lo etérico, lo del reino de las ideas, lo de arriba, es también abajo, pues la realidad física procede de las ideas.
Osea, finalizando este preámbulo. Nuestras leyes actuales, que catalizan nuestras vidas y comportamientos sociales e individuales, pues dictan lo que se puede hacer, y lo que no, a riesgo de muerte o ausencia de vida, que sería la cárcel, procede de unos lejanos sueños evocadores del honor, la justicia, la grandeza y la memoria imperecedera de la vida eterna de los dioses.
Como también, nuestras urbes están diseñadas en pos a una idea mística y milenaria, donde el hombre copiaba la existencia del cielo en la tierra. Dominando así la realidad de sus vidas, a través de un canto constante, lo de arriba, lo celestial o ideal, es también abajo.
Tal vez este prisma sea el catalizador del comportamiento humano actual, donde quema su presente, su abajo, su realidad, en pos a alcanzar su lejano mañana, que es presentado como si procediera de lo alto.
Esto es el círculo del cielo a la tierra, y de la tierra al cielo, que tanto marcó la existencia del pasado del hombre. En sumerio, dioses es dicho por la palabra Anunaki, los que del cielo bajaron a la tierra, en Egipto, también tiene una misma visión, los que del firmamento bajaron, también para la cultura bereber tiene el término Dios, el mismo concepto, Ti, El ojo celestial, o sol, que del cielo baja a la tierra.
Pero que de forma milagrosa, también de ella surge hacia el cielo.

Que el hombre haya conformado un sistema de vida, por el cuál, quema su presente material y físico, en pos a un mañana idealizado y celestial, tal vez sea un recuerdo de los cantos religiosos de estos lejanos ayeres, donde el hombre vivió bajo un prisma, copiar la realidad del cielo, en la tierra. Lo que es arriba es abajo.
Por lo que si halláramos los presentes de nuestro más lejano pasado, y conocieramos los etéricos pasados, que forman nuestro presente, podríamos usar nuestro presente, como el producto de una gran carrera ideológica, donde sería quemado nuevamente para un nuevo ideal, basado en sus anteriores, y tal vez, al no contradecir los ideales que formaron nuestra realidad presente y material, nuestra circunstancias, nuestro yo sería mejor aceptado en nuestra realidad, y nuestros deseos tendrían una materialización más justa, más razonable y real. O sea, combinaríamos nuevamente, lo que Descartes quebró hace siglos.


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