En estos albores del siglo veintiuno, no podemos ya negar que nuestra sociedad occidental, responde a claros impulsos procedentes del capitalismo, en contraposición de oriente, que no solo critica las bases del capitalismo, si no que en su contra, basa su propia existencia en lo humano, siendo el capital un mero transgresor o sujeto de la misma supervivencia.
El choque ideológico es claro, y el hombre actual tiene un necesario compromiso con esta disyuntiva, pues no solo atenta al imaginario sujeto llamado mundo, como representación de la misma entidad unitaria de la sociedad humana, o no animal. Si no que clava su daga en lo intrínseco del individuo, y de la sociedad que a cada uno nos rodea.
Hubo un tiempo pasado, que el hombre se consideraba un ser independiente, a la vez de conjunto con una entidad divida. Muchos siglos pasó el hombre que pisa esta tierra, con este pensamiento religioso. “Yo soy un creador por el creador”. Mas, en la actualidad, el individuo ha abandonado en su vida cotidiana y diaria, este pensar. Cierto es que podemos advertir multitud de colectivos que mantienen esta ideología en su credo, pero es una ideología de credo, no de forma de vida, tan exhaustiva como los ancestros humanos llegaron a tratarla. Un claro hecho de este aspecto, es el numeroso abandono y deterioro de los centenares de monasterios edificados en la edad media, y que hoy no son más que monumentos de tiempos pasados, vacíos de uso originario. Apuesto, como hecho personal, que muchas iglesias quedarán cerradas, no por falta de fieles creyentes a su ideología, si no por falta de sacerdotes, sea el credo que sea.
Este cambio de doctrina e ideología está sostenido por un hecho único, el hombre del siglo xxi, ya no es un ser indipendiente con él mismo, y un conjunto con su dios. Si no es un moralista de su propia independencia, a la vez de un fiel servidor, un fiel sacerdote de su sociedad y cultura. No existe, ni existió nunca, un pensamiento humano, una vida humana, sin que se viera investida, modificada, creada, o sostenida en pos a una cultura, que era la que rodeó al individuo desde su nacimiento. Ya Freud se encargó en psicología de advertir este hecho en las mentes del hombre.
Posteriormente, la ciencia del siglo XX ha ofrecido unos cambios radicales en la autonomía ideológica y en el comportamiento de las costumbres de sociedades completas, y con ellas, de sus individuos. La implantación de nuevas ciencias y tecnologías, han afectado también a las ideologías de las sociedades y de los individuos, siempre estas dos, hermanadas como una, como antes el hombre se veía hermanado con su creador como uno. Nadie en la actualidad, que viva en occidente, podrá negar la existencia de operaciones en cambio de sexo, o de cirujía estética que modifican claramente el cuerpo del individuo, engendrando un pensamiento colectivo, que siglos atrás era un dogma herético. El cuerpo no es el ser, ni el ser es la imagen que vemos. Un hombre cambia su sexo, para ser mujer, pero seguiría siendo la misma persona que antes era. Esto parte uno de los cánones clásicos de la identidad humana, ¿quién soy , y qué soy?. Obviamente, no mi cuerpo. Aunque sea mío, y conviva con él. Pero no es más que un vehículo para mi ser verdadero. Para mi identidad primigenia.
Llegados a este punto, el hombre del siglo XXI se ha de pensar el realizar un replanteamiento global de su vida, y con vida, me refiero a lo que atenta tanto a su interior, a su individualidad, como a todo aquello que le rodea, sea ciencia, tecnología, sociedad, cultura o familia. La sociedad que nos rodea en Europa, y es un hecho que también se implanta esta característica en la sociedad americana, es una convulsión, no una unión, de dos pautas ideológicas enfrentadas. El materialismo y el romanticismo. Uno alimenta el estómago, la producción y el desarrollo, y el otro la propia vida. Este equilibrio sería el ideal por excelencia de toda sociedad humana. Pues el hombre no es humano sin humanidad, y ésta no existe sin lo moral, el arte, la música y todo aquello que es contrario a la producción. Mientras que se sucumbe a una segunda realidad, el hombre no existiría sin alimentarse, ni tener la carestía de vida suficiente, que le permita una cierta protección, y a través de ella, una libertad, al menos leve, que otorgue descanso.
El problema que subyace en esta situación agridulce o controvertida, es su propio inicio, ambas nacen, emergen de una convulsión. Por ello, ambas son independientes, agenas a la existencia contraria, y por ello, adversas entre ellas, movidas por el deseo de expansión que todo ser vivo alberga en su interior, como sustento de subsistencia. La falta de ambición, o de expansión en este hecho, es un aspecto de decadencia, y ésta de muerte súbita.
Mas, también hay que decir, que el exceso de expansión y de ambición, genera los mismos fines que su ausencia, pues quiebra la parte contraria, que su existencia no conoce. O sea, esta convulsión no es más que un engendro de una enfermedad que a atenazado al hombre, y esta enfermedad es la ineptitud y la ceguera.
La ineptitud y la ceguera son las causantes de hacer que el individuo, la sociedad, y la exigencia de la supervivencia, se muevan de forma unilateral en sus dos exigencias enfrentadas y necesarias como intrínsecas a la existencia. La moral y la materia. Un hombre ante el hambre, puede matar, de igual forma, que un rico ante la avaricia, o tal vez, la necesidad de responder al impulso social del sujeto ilusorio e inexistente, llamado “tren de vida”, creado por el individuo mismo, y alimentado por la sociedad que le rodea, le lleva también al mismo fin. Pero de forma dispar, aunque si lo analizamos, sea el mismo fin.
Por ejemplo:
La ley occidental, de cualquier país europeo o americano, dicta que asesinato es cualquier acto que un individuo realice, de forma calculada, consciente y voluntaria, que finalice con un hecho común en todas las sociedades occidentales, y claro como la biología exige. La falta de palpitaciones en el corazón, que lleva una ausencia de riego sanguíneo y con ella, una ausencia de oxigeno en el cerebro, que acontece a la muerte del individuo.
Este hecho lo aceptamos sin atisbo de duda, toda sociedad occidental. Pero también hay que reconocer que esta aceptación no es algo surgido del capitalismo, ni emanado de la expansión por la supervivencia, esencia por otro lado, del materialismo y del capitalismo. Si no que por el contrario, emerge de lo humano, de la cultura, del credo, y de la ideología social y familiar. Desde pequeños se nos dicta una serie de pautas que debemos severamente de acatar. Como no robar, no adulterar, no matar..., y estas pautas no vienen de un análisis procesado, social y voluntario, si no de la cultura ancestral que nos rodea. En este caso, de los diez mandamientos o leyes del Sinaí, que según el monoteísmo, fue entregados a Moisés por Dios mismo. Hallándose aquí una pauta indispensable, como eje de su implantación inicial, es una ley dictada por dios. Este pensamiento era válido, cuando el individuo se advertía como libre, y como sujeto a su propio dios o creador. Ahora, esta pauta a cambiado. Pero se mantiene el mismo fin y espíritu. No matar, no robar, no adulterar... pero es cantada por la sociedad, y aceptada por ella, bajo el peso de la ley, la cuál condena físicamente, y el propio peso moral de nuestra “consciencia”, la cuál está creada por nuestros actos, nuestros pensamientos, nuestras opiniones, y claro esta, nuestra cultura, sociedad y familia. Los tres grandes programadores del individuo.
Pero repito, son pautas todas estas, procedentes de la ineptitud, de actuar según compromiso adquirido, y no según causa por la que se adquirió este compromiso. Olvidar este último punto, es la fuente de la ceguera y de la ineptitud.
Llegados a este punto, desde la perspectiva del asesinato, no debemos ahora de mantenernos aún en los días de Moisés, ni en los credos ulteriores de las religiones, de donde procedía la ley de Moisés, ya que habría que aclarar aquí, que la misma procedía de un texto egipcio, en adoración al dios Ptah, y es que, ya el hombre no se advierte como un ser conectado con su creador, si no con su sociedad. Y ésta esgrime sus leyes y dictámenes, o mandamientos, con el mismo peso degollador que el dios. Pero hay que preguntarse, ahora, de dónde procede la ley de la sociedad, y la consciencia de ésta.
Se podría afirmar, que Asesinato es aquel acto que quita la vida a otro ser humano. De forma resumida, se podría aceptar esta situación, y abogo porque así sea, de forma resumida, o sea, clara, constante y sin contradicción. Asesinato es la ausencia de vida. Mas, entonces hay que preguntarse, ¿qué es la vida?.
Desde la visión ancestral, donde el individuo era libre y conjunto con su creador, vida sería todo aquello que atentara contra la acción de su creador. O sea, que el corazón deje de palpitar, pues este pálpito es el regalo de su creador. Sin él, el individuo no existiría. Dios es el creador de Vida, y la vida se entiende como pálpitos cardiovasculares en el siglo XXI. Pero ahora, el indivuduo que compone la sociedad, no tiene la consciencia de su ser, de su existencialismo, enmarcada en la comunión o conjunción con su creador, si no con su sociedad. E incluso, este ámbito es tan graboso, que el acto que esterioriza la conexión interior del individuo con su creador, como por ejemplo un ritual, sea misa, celebración, bautismo o cacería, ya no se sostiene bajo la verdad del propio ritual, si no bajo el dictamen de las obligaciones que el individuo tiene con su cultura y su sociedad.
Por tanto, hoy día, la Vida ya no solo podemos advertirla como una presencia del sistema circulatorio. Si no como algo más extenso, pues ya el individuo y la sociedad, no se advierten a sigo mismos, como correlación del acto creador de su dios, si no como correlación de los actos de su sociedad y cultura.
De esta forma, vida en la consciencia del siglo XXI, no es referente a mi sistema cardiovascular, si no a todo lo que acontece a mis actos, y a mis deseos. O sea, a lo humano. Y volvemos al principio. La lucha entre lo romántico y el capitalismo, lo humano y lo material.
Cada potencia, lo humano y lo material, es para un uso, no para un credo unitario, pues pueden que procedan de lo más íntimo del individuo, de la educación familiar de su niñez, padre y madre, materia y humanismo.
Advirtiendo el mundo, desde esta nueva panorámica, donde lo establecido queda por establecer, pues no responde a las necesidades de los tiempos, tendríamos que afirmar que nada es constante ni eterno, todo cambia, siendo esta una de las leyes primarias de la física. Ciencia que estudia la esencia de la “verdadera vida”.
Ver nuestra vida, nuestra sociedad, nuestro mundo, desde esta perspectiva, desde la cuál, todo lo establecido está sujeto a algo por establecer, permite al individuo ser más libre, y en esta libertad, advertir las dos pautas básicas, o sus dos fuentes, su padre y su madre. Su moral y su supervivencia.
El gran problema que surge en ello, como decíamos antes, en la excesiva expansión de cualquiera de las pautas bipolares, es cuando una de ellas se inmiscuye o conquista en el lugar de la otra. O sea, cuando lo humano ha de producir capitalismo, y cuando el capitalismo ha de producir humanidad o pone precio a ésta. Por ejemplo, el seguro de vida, ¿qué precio económico tiene la vida de un hombre, se puede medir así la vida?, o en su contra, ¿se puede aceptar que un ritual religioso, o un pensamiento humano, tenga precio o beneficio económico?.
La diferenciación y a su vez, la problemática unión de estas dos pautas, es algo reconocido desde la antigüedad. En el Nuevo Testamento, atribuido a Jesús, se puede leer palabras tales, como “lo que es del Cesar, al Cesar debéis dárselo”, o “quien sirve a Dios, no puede servir al dinero”.
El hombre, el individuo y con él, la sociedad, no puede servir a dos dioses a la vez, ni tratar como tales, osea, como dioses, a estas pautas, pues son pautas para el humano, no el humano para estas potencias. Algo similar, ya el hebreo Filón de Alejandría, uno de los grandes sabios y maestros del semitismo helenístico, “Dios es como una potencia, siempre crea vida, en el momento que deje de hacerlo, dejará de ser Dios, como el hilo enfría o el calor calienta.” En el momento que sus acciones no se cumplen, pierden su razón de existencia. El calor deja de ser calor, cuando no calienta. A esto habría que añadir, el humano deja de ser humano, cuando pierde su humanidad, como afirmaría don Miguel de Hunamuno.
Este simple ejercicio visual y comparativo, del frio, el calor, Dios y el humano, nos invita a ver lo trascendental de todo este aspecto.
Cuando un sujeto pierde su existencia en el momento de dejar de realizar algo, es porque es una potencia, ya que las potencias son productoras. Dios crea vida, y el frío enfría. Entonces,... ¿qué es el humano, cuando se deshumaniza?. Esto es lo que advertimos en occidente, donde en la cultura, el capitalismo productivo ha robado metros a la humanidad del ser.
Pero a su vez, el humano es un hombre o una mujer, y necesita comer. Ante la ausencia de producción, la pobreza se asienta en la siembra, y roba el alimento. Por tanto, ¿en qué se convierte un hombre que muere de hambre?.
Advertimos aquí, que cuando vemos el mundo, tal cuál se situa en la actualidad, no es un mundo de esencias, de verdades, si no de potencias. El zapatero, el carnicero, el cura, el padre, la madre, la tía... ¿Acaso..., cuando una madre pierde a su hijo, porque la muerte se lo roba, deja de ser madre? Si se lo preguntáramos a ella, la respuesta sería negativa. Ella sigue siendo y sintiendo lo mismo. Pero por falta de materia, de sustento, no puede liberar su humanidad. Por tanto, es aquí, en lo trágido, donde advertimos una esencia humana, el ser ha de ser hombre o mujer, primero, para así liberar su humanidad. Por tanto, en esencia, lo humano y hombre o mujer, lo carnal, son potencias, no esencias. Hay ahora que preguntarse, ¿qué somos?.
Estimo, que nuestra esencia se halla en un único punto, en la capacidad de la lógica. Un biólogo afirmaría que es una de las más notables diferencias que el hombre tiene con el resto de los seres vivos que existen a nuestro alrededor. Por otra parte, un teólogo podría afirmar de forma más estricta, que la lógica es el logos interior del ser, y según su credo, apoyado en el texto bíblico del evangelio de san Juan, 1.1, el Logos era dios, y el Logos se encarnó en Jesús. Pero en estas dos visiones, advertiríamos dos pautas que no nos vale. En la del biólogo se puede afirmar que la presencia psíquica de la lógica en la raza humana no es causa notoria para las diferencias existentes entre hombre y aninal, aunque tal vez si para un sociólogo. Y nuevamente, el prisma teológico, volvería a no ser suficiente para la sociedad actual del siglo xxI, al ser propiamente teológica. O sea, nadie en occidente piensa que su ser es una prolongación de su creador, como advierte este pasaje, atestiguando directamente que el Logos es Dios mismo, y éste se encarna en Jesús posteriormente, y digo yo, como se podría encarnar en otro hombre cualquiera, que descubra esta esencia. La de la lógica, como vehículo a la verdad. Pero todos estos estamentos son narcisistas, en un cierto sentido, para la sociedad actual. Por biológico y teológico. Lo biológico puede llegar al monismo racial, negros y blancos, y ya esto ocurrió en el pasado, y el teológico a un cierto nacionalismo religioso, que siempre presente estuvo. Ambas pautas, como vemos, ausentes de lógica.
La lógica vista desde el punto de vista psicológico, o de capacidad cerebral, donde nuestra mente advierte un tercer sujeto, antes no visto, en pos a la comparativa de dos o más sujetos, tenidos en cuenta desde el principio, no solo crea, si no que otorga una identidad personal del individuo. Y esta entidad personal, es a la que llamamos Ser. Pero como vemos, es algo creado por la lógica, y por la comparativa. ¿Qué quiere decir esto?.
Los filósofos griegos, como Sócrates, advirtieron este hecho cuatro siglos antes de nuestra era, y lo trataron extensamente. Sócrates llamó Mayéutica a algo parecido a esto. A un ejercicio de comparaciones. Pero lo importante de su teoría no es la similitud del ejercicio de la lógica, con la mayéutica, si no el punto final que el filósofo otorgaba a su praxis. El Hijo del hombre. Él, Sócrates, afirmaba que con este hecho sapiensal, el individuo creaba a un nuevo ser. El hombre tenía así la opción de crear a un Hijo de él mismo, de la misma forma que la mujer podía tener un hijo carnal, creado en ella misma.
Esta visión es esclarecedora para mi intención sobre la lógica, como esencia del ser, ya que es aquí donde vemos dos pautas.
La primera, que el ser individual y en esencia, es una creación cerebral, no existía en el momento de nacer el cuerpo del hombre, si no que nace después.
La segunda, que es una creación tal vez ilusoria y teórica. Pero como vimos al principio de nuestro trabajo, en lo referente a los estados y las sociedades políticas, lo material y lo romántico son adversarios que sucumben ante un mismo punto, y nacen de una misma fuente. La materia otorga la libertad al espíritu, de forma bien usada. Pero de forma mal usada, la materia esclaviza y asesina al espíritu, como un esceso de espíritu, mata al cuerpo, y con la muerte física, mata al espíritu.
Esta porción del pensamiento, la lógica, es la que nos invita a advertir el mundo desde una perspectiva personal, donde todas las potencias posibles, que se puedan dar lugar en nuestra vida, aquellas cosas que existen por crear algo, hielo, fuego, Dios... como individuo y como sociedad, rural y cultural, se dan cita bajo un solo cuerpo. Es el sumatorio del Todo, la acumulación de todas las potencias posibles que la existencia en este planeta, en esta sociedad, en esta cultura, es este tipo de nación y política, y en esta familia, diluidas de una forma personal, bajo una lógica personal. Que es la capacitada para no solo erguirse como un ser independiente, personal, autónomo y existente, importante esto último, si no también para concebir una visión global, de todas las multitudes posibles de potencias, discernirlas, proyectarlas en el camino de cada uno, según su beneficio, y de esta forma, crear un tercer sujeto, como de la misma forma, todas estas potencias crearon un tercer sujeto, en tiempo pasado, llamado lógica o ser.
O sea, como dijo Pitágoras, un cateto superior, si le sumamos un cateto inferior, y lo elevamos al cuadrado, tendremos la longitud del tercer cateto, que es la hipotenusa, el creador por los dos, para su unión. Teorema de Pitágoras.
Pero por otro lado, la prolongación de este tercer cateto, la hipotenusa, puede que bien dirigida, transforme su esencia, como dicta la ley natural, que es otra potencia, pero no del uso diario, como el fuego, si no más común al planeta, o a la vida, más elevada como dirían ellos, los filósofos griegos clásicos, en la que el hijo o hija, se convierte en padre o madre. ¿Esto qué quiere decir?.
Que si tomamos las potencias existentes en nuestra vida, y las unimos todas, crearemos un gran ser interior, con la capacidad de todas las potencias unidas en un solo punto, y si las advertimos como potencias, las usaremos en nuestro beneficio, que es un beneficio moral, no económico. Discerniendo en pensamiento, en este acto, que la unión de materia y humanismo, padre y madre, tienen un gran fin, de forma conjunta, y para que esta forma conjunta exista, se ha de realizar la unión de forma lógica, o como diría Einstein, de forma natural y reducida, que es la esencia más elegante de la existencia. Donde entrarían las necesidades de todo un ser, tanto las mayoritarias, como las minoritarias. Las materiales como las espirituales, humanas, románticas... un ser hay que reconocer, como vimos antes, es algo complejo, por ser en sí, la acumulación compleja de muchas potencias posibles, dadas en su existencia. Pero cuando este ser está creado, y se convierte en padre o madre, modula su esencia, puede realizar hechos más elevados. Porque las potencias a tomar, son más elevadas.
Mas antes de prolongar este pensamiento sobre la lógica humana, como esencia del ser, se ha presentado aquí como un punto común y casi unitario, para todos los seres humanos del planeta, como si obedeciera al monismo de la filosofía clásica, y del liberalismo europeista. Lejos está de esto mi intención. Más bien, al contrario. Estimo que la lógica es la esencia pura del ser humano, que engendra su acto de humanidad, porque responde a las pautas de una esencia pura, y estas pautas no son más que las de otorgar respuestas a todas las preguntas posibles, que emanan de su línea creadora. Por muchos muñecos de chocolate que hagamos, y dispares entre ellos que sean, cuando estemos ante el chocolate, advertiremos la equidad de todos ellos, y es esto lo que ocurre con la lógica.
Ante la visión del monismo y del liberalismo, la lógica responde con sus bases unitarias y liberales. Y también, como no, con la esencia y elevación del multiculturalismo y de la globalización. De toda acción humana en definitiva. Pues aquí no se habla de una única lógica concreta, creada y edificada, si no que por el contrario, se habla de la lógica individual, de la capacidad de creación sugetiva del individuo, a través de ella. Es el vehículo que alcanza la humanidad, no el punto final y concreto de ella. Por cuanto te permite la aceptación y asimilación de todas las posibles potencias dispares existentes en la vida de este planeta, sea biológica, genetista, cultural, racial, religiosa... la lógica es el vehículo usado para la confluctuación de todas las pautas. Advertir este principio, es advertir el inicio del todo, que nada es virginal, si no que por el contrario, todo es un engendro de engendros. Unos hijos de hijos, y más hijos. Nadie nació padre, y todo fue engendrado, como unión de otros engendrados. Por tanto, por qué no engendrar, por qué no va a poder engendrar aquel que fue engendrado?, es solo esencia de su propia natualeza. Y la lógica es la capacidad de engendrar, el lecho íntimo del pensamiento humano, de su unión del ser propio, con toda su existencia. Y este producto final, no es inamobible, una nueva pauta, mueve su base final, pero siempre a través de la lógica, que es el buen comprendimiento proporcional de la unión del todo.
Es la hora de la edad adulta, hasta ahora todo este compendio, era útil para la niñez y juventud, para cuando somos hijos, hipotenusas. Pero cuando nos convertimos en padre, cuando la e hipotenusa es un ángulo más, de los dos catetos que crearan un tercero nuevo, la perspectiva vuelve a cambiar.
Con este símil familiar, no me dirijo a la familia, como ente social, pues seguiríamos en la primera parte, como vivir en familia, seamos hijo o padre, o sea, dentro de la misma realidad y regla. Hay que viajar más allá, hacer que la familia sea el cateto inicial atrasado, y que el nuevo ser, que era antes el hijo, se convierta en padre de una nueva realidad, un nuevo triángulo pitagórico. Hacer un nuevo hijo, no es hacer un nuevo estatus, es volver al pasado, para vivirlo desde la observación, y no desde la práctica que otorga el papel de hijo. Debemos de seguir siendo prácticos, con nuestra propia realidad de hipotenusa o hijo. Y es aquí, donde entra la lógica, y la mayéutica socrática. Yo y mi existencia. La perfecta unión de estas dos pautas, otorga un hijo, que es un mundo nuevo. Y es aquí, en esta esencia o extracto social e individual, donde se sostiene toda sociedad humana. Cuando el ser formado, alza su rostro sobre el mundo, y lo toma como una novia, como una esposa, no como una ley. He aquí el salto.
Cuando nos presentamos al ser amado, advertimos en él, y deseamos que él advierta en nosotros, nuestro verdadero ser. Y hablo del ser amado en mayúscula, no del gustativo carnal, que es otra cosa. En este momento de expansión del ser, es donde vemos todas las potencias pasadas, en nuestra existencia, que se funden como una sola, formando la personalidad del individuo o ser. Pues bien, ¿y si mirásemos así al mundo, como un ser amado?
Esto ya se dijo en tiempos pasados, no es nuevo. “Amaros unos a los otros, como yo os he amado”. Jesús ya realizó esta aseveración, la cuál como vemos, tiene poco de religioso, y mucho de humano, aunque claro, se supone que lo religioso trasciende de lo humano. Pero el mismo, también habló de lo no humano, de la materia, del pan que el hombre come, pero que no es suficiente alimento para éste, para su vida. Pero sí que es necesario. Hablamos de lo mismo. Y uso el ejemplo de Jesús, no por cristiandad, que sería mi sociedad y cultura, o sea, mi programación, si no como causa ajena a ésta, precisamente, como ente individual, como Jesús, no como cristo o Hijo de Dios. Pues dirigiéndonos a las esencias más intrínsecas del ser, podremos discernir las potencias, y hacer trabajar la lógica, fuente creadora y alimentadora constante de nuestro ser. Y esque, no puedo desaprobechar la oportunidad, para volver a tomar palabras del mismo, al afirmar que la ley ha de cambiar, estar escrita en los corazones de los hombres, y no en piedra muerta, como también el hombre cambia, de cuando es un niño, a cuando es un adulto o anciano. Pero en esencia, se sigue siendo uno mismo, aquel que organiza sus potencias, desde su lógica.
Pero es verdad, lo que él afirma. Las leyes son potencias que rigen al hombre. Cuando éste se halla en su niñez, la ley es padre y madre de su ser. Pero cuando el hijo se convierte en adulto, y advierte que puede hacer lo que sus padre ya hicieron, los ve como iguales, como potencias, no como verdades inamobibles. Así es el hombre ante la sociedad, la realidad y la existencia que le rige. La ley por ejemplo, es algo creador por el hombre, y su juicio ha de ser humano, social, estatutario, legal, político, y sobre todo, lógico. O sea, la ley está para regir el problema del hombre, del humano, no al humano, no para su esclavitud. Y si éste cambia, debido a sus circunstancias o potencias que modulan su ser, éstas han de cambiar.
De tal forma, el hombre al advertir la unidad del todo, de lo material y lo romántico, del padre y la madre, pues cuando ambos se toman por esposos, se funden en uno mismo, comparten una misma existencia, son uno mismo, aunque para los ojos del hijo, sean dos, también fuera de la familia, fuera del estatus primario, inbuhidos en el estrado social, vemos que la ley, lo material y lo romántico, son una sola potencia fusionada, nacen de donde mismo, y sucumben por el mismo veneno, la ausencia de equilibrio, que es en sí, su propio monismo plural.
Esto lo vemos también en la vida. Derechas o izquierdas, trabajo para vivir, o vivo para trabajar, son las preguntas existenciales que el hombre hoy día se hace, mientras sucumbe a una depravada lucha de titanes, donde el ser es el campo de batalla. Romanticismo o capitalismo. Y hemos olvidado, en esta lucha, que eran potencias básicas de nuestro ser, no dioses inamobibles. Hemos vuelto a copiar el triángulo pitagórico de nuestros padres, en lugar de crear un segundo triángulo a nuestra forma. Más elevado, nuevo, sin pasar el lápiz por la misma línea, que es lo fácil y cómodo.
La niñez, es para el ser familiar, que sucumbe al dictamen del hogar, pero el adulto ha de sucumbir al dictamen de la sociedad, y de su mundo, no de su nuevo hogar. Salimos de una caja, para entrar en otra igual, no en otra mayor. Ya los griegos, con sus polis, advirtieron esta necesidad social, e hicieron un acto claro y conciliador, todos los ancianos debían dedicarse a la política como obligación. Para así obligar al niño que es hijo de la sociedad, cuando ya se es hombre, y no niño, a crear un nuevo triángulo más amplio. Igual que vemos ahora, que nuestros padres, son unos iguales a nosotros, y no superiores ni inamobibles, ahora también, por la misma regla, debemos de advertir esta segundo crecimiento, la ley es igual a mí.
Es este crecimiento moral, el que el ser ha de tomar ahora. Debemos de advertir que nuestra realidad está compuesta por infinitud de potencias movibles, que nos han de servir, para nuestra vida humana, para nuestra humanidad. Y estas potencias, repartidas en los dos grandes grupos bipolares, materia y romanticismo, siempre se han presentado ante nosotros, como dioses, como entes que te gobierna, y te crean por tanto. Y es hora ya de que estas potencias, sean esto, potencias que producen, y hechos que nos sirven, no dioses que nos gobiernan. Por lo que debemos de advertir al mundo como una amada o amado, como un igual, y que el ser interno nuestro, es parte de él, somos un igual. ¿Qué quiere decir esto?.
En la prehistoria, la pareja era un hecho carnal,y en parte dominador social. En la edad media, se convirtió en un contrato patrimonial, que hasta hoy día existe, gracias a la filosofía de las leyes romanas. O sea, vivimos en una mezcla, aún en el siglo XXI, de la prehistoria, lo carnal, y del año 80 a.C., de lo patrimonial romano. Ahora el mundo se mueve hacia una globalización, donde exige al individuo advertir su realidad de forma más extensa, nuestra lógica, nuestro ser, ha de engullir un mayor número de potencias, que anteriormente ni reconocía.
En esta globalización, al tratarse de un ejercicio mayor, con unas potencias mayores, que las tratadas por el ser anteriormente, que eran potencias individuales, no colectivas, el amado, no la nación vecina, debemos ahora de tomarnos más seriamente las pautas globales de nuestra existencia. Igual que la vida romántica exige de la pareja un trato moral y elegante, para alimentar la moralidad del ser, a la vez de una buena vida, de economía sostenible, para alimentar al hombre y la mujer carnal, que evite la muerte física. También debemos ahora de advertir, con la misma importancia de necesidad, las potencias románticas y materiales de los mundos a fusionar. Occidente y oriente han de ser una única pareja, con un único hijo. Para tal extremo, debemos de conocernos, alimentarnos de nuestras potencias mutuas, y enriquecernos de las dispares. Estar preparados, no para un hijo del hombre, como diría Sócrates, o para una nueva hipotenusa, como diría Pitágoras, sino para ser abuelos y nietos. Un nuevo triángulo.
Las diferencias de los monoteísmos, y sus paridades, la historia que formó a los pueblos, y sus identificaciones globales con los otros, las pautas filosóficas de nuestras vidas y leyes, frente a las de otras naciones, son un hecho obligado de nuestro tiempo. No podemos cerrar los ojos ante esta realidad, igual que no se cerró los ojos ante la necesidad de engalanar a la pareja, y no verla como un hecho carnal prehistórico, ahora no podemos ver a las naciones como un productor material, ( por ejemplo las colonias inglesas, francesas y españolas, tanto en África como en sudamérica), ni como un ente unitario, (China, Corea, Arabia, América, Italia), sino como un ente más global, ausente de territorio y localización. De forma más moderna, como diría Bono, calles sin nombre.
Por esto, es bueno, necesario y obligatorio, no solo abrir el campo de nuestra visión, para advertir la colectividad global, si no encerrarnos en lo más íntimo de nuestro ser, para discernir de dónde proceden las potencias que nos forman, y formarnos a nosotros mismos. Ser nietos de nuestros padres, no hijos y nuevos padres.
La presencia del multiculturalismo segrega la visión anterior, de nuestro tiempo histórico, y crea un nuevo ser, una nueva existencia, la cuál debe de ser regida por la lógica, que es la esencia del ser, no por la ley, y con esto me refiero a la ley de derecha o de izquierda, de lo romántico y de lo material. Sería caer nuevamente en padre y madre. El multiculturalismo exige un ejercicio antes no hecho, pero nuevamente, sí dictado. Poner enemistad entre el hijo y el padre, entre la madre y la hija. O sea, igualdad, conflicto moral, familiar y hogareño, para así discernir tanto lo exterior y extraño a nuestro ser, como lo más interior como nuestro padre o madre. Nuestro seno familiar. Mi enemigo es aquel que está fuera, y mi ser, es aquel que cohabita con migo. Enemigo y padre, es la esencia pura de la lógica, del ser más íntimo, pues advierte al mundo como uno solo, como un igual. Y es esta necesidad temporal, es esta nueva realidad que nos envuelve, la que nos exige tales esfuerzos, y nos invita a la vez, a crearnos nuevamente, como un ser nuevo, pero ya no a voluntad de dioses y leyes, mitos y costumbres, si no a nuestra propia voluntad. A la voluntad de la acumulación global de todas las potencias, fusionadas de forma lógica y no convulsa.
Para ello, es bueno discernir primero, que nuestras leyes están basadas en nuestra cultura, y nuestra cultura en nuestro credo, y éste es cristiano para occidente. Al contrario, ocurre para oriente. Por tanto, discernir las diferencias religiosas, entre cristiandad, islamismo y semitismo, es no un paso, si no solo una primera obligación esencial, es solo el pan del hombre. Después éste pedirá otra cosa, tal vez la palabra.
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